jueves, 11 de junio de 2009

El nombre.

Puede parecer una cuestión baladí, pero la denominación particular de cada persona o cosa aporta un significado más allá de la pura función fática. El nombre por el que se llama (o invoca) algo es más un símbolo que una simple etiqueta, y este es un hecho universal. En las lenguas pertenecientes al ámbito indoeuropeo, las palabras para designar el término "nombre" son fácilmente reconocibles, y se percibe en ellas con claridad una forma común: en griego, ὄνομα; en latín, nomen; en inglés, name; en indio antiguo, नाम... y así una larga lista. Por otra parte, "de renombre", "esto no tiene nombre", "vas a manchar el nombre de nuestra familia"... son expresiones o frases hechas que arrojan luz sobre la cuestión: una simple etiqueta no puede considerarse un símbolo, sino una mera herramienta clasificatoria, y evidentemente este no es el caso. Un nombre es mucho más. Téngase en cuenta el hecho de que en muchas culturas se evitaba y se evita el hacer imprecaciones incluyendo el nombre del que maldice, del emisor. Para ellos (y para nosotros) el nombre tiene algo de la esencia de lo denominado, tiene una influencia innegable: por eso mismo hay palabras que nos transmiten miedo, alegría y todo tipo de emociones. Y si lo pensamos por un momento no suelen ser precisamente verbos ni adjetivos, sino nombres.

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